Hoy al despedirme de los míos lo hice diferente,
a mis pequeños les di la bendición y un beso,
a mi esposa le dije que la amaba como el primer día,
a mis compañeros los salude con un cariñoso abrazo.
Salimos al incendio y combatimos con denuedo,
como siempre incansables, felices,
entregándonos a nuestro trabajo
con toda nuestra alma.
Después de unos momentos...
mi cuerpo no sintió cansancio,
mi boca no se atraganta con el humo.
Hoy no experimento la fatiga.
Me siento diferente:
Los bramidos del fuego no permiten a mis oídos escuchar,
el infernal ambiente me crea confusiones.
Escucho carcajadas estruendosas o quizás ¿Serán llantos?
Alguien esta sufriendo, sus gemidos lastimeros
se mezclan con el llanto de las sirenas.
Mis compañeros corren con sus ojos crispados,
las lagrimas que producen el humo,
se confunden con el llanto de dolor,
de tristeza, de melancolía.
Hoy no siento fatiga, me encuentro feliz.
Una satisfacción extraña me sobrecoge
pues estoy cumpliendo con mi misión
como si fuera el último día de mi vida.
La mano de un hombre muy hermoso toca mi frente
¡No! ¡me esta persignando!
siento una alegría jamás soñada.
Algo me a ungido en mi frente, su aroma es muy bello,
la presencia del hombre me da tranquilidad
y con su túnica ha envuelto mi cuerpo
y del hombro me conduce por un túnel muy luminoso.
Los dos caminamos... flotamos y flotamos.
Hoy me siento diferente... mi trabajo lo realice
como si fuera el último día de mi vida.
Nicolás Martínez Salazar 13/06/2001
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